En contraste con el sentimiento habitual de la adolescencia, hay dos prerrequisitos esenciales para una vida adulta más saludable:

  1. Rodearse de personas que te inspiran (o, como mínimo, que no te jalen activamente hacia abajo), priorizando sin piedad la calidad sobre la cantidad.

  2. Practicar y perfeccionar el arte de la indiferencia radical hacia la mayoría de las opiniones, con la cuidadosa excepción de aquellas que genuinamente nos ayudan a crecer (generalmente personas a las que respetamos y admiramos, y que nos devuelven respeto, admiración y empatía).

Idealmente, antes de cruzar el umbral de los veinticinco, habremos identificado con precisión a aquellos amigos, colegas e incluso familiares cercanos que no solo no nos inspiran ni nos impulsan hacia adelante, sino que activamente agotan nuestra energía y entusiasmo por la vida. Puede sonar algo melodramático, pero es cierto.

A veces, los desinspiradores actúan con intención (si hay algo tan atractivo para algunas personas como su propio éxito, es el fracaso de otros). En otros casos, hay personas que desinspiran simplemente por ser como son, con valores y prioridades que chocan irreconciliablemente con los nuestros. ¿Tendremos alguna razón válida para perder el tiempo tratando de alinearnos, en lugar de simplemente tomar caminos separados?

A menudo pensamos en la compatibilidad en amistades y relaciones en términos de tipos de personalidad: introvertidos con introvertidos, extrovertidos con extrovertidos. Pero esta mentalidad es limitada y simplista. Lo que realmente importa es estar cerca de quienes nos complementan, equilibran y aportan fortalezas y perspectivas que nos faltan. Sean dos o veinte amigos, familiares, lugares y entornos.

Entonces, volviendo a donde comencé, esta suerte de limpieza social, que suele ocurrir entre la adolescencia y la segunda mitad de los veinte, es quizás tan necesaria como inevitable para todo aquel que quiera vivir bien: libre y ligero. Pasar de esa naturaleza complaciente y conformista, de ese baile de disfraces característico de la inmadurez y el miedo a la libertad, a la construcción de una vida adulta bien alineada. Gran parte de eso, desde mi punto de vista, conlleva esta cuidadosa priorización de todo lo que inspira, algo que, por supuesto, se manifestará de forma diferente en cada uno, sea terminar una relación, distinguir a los verdaderos amigos de quienes no son más que colegas o conocidos circunstanciales, o simplemente alejarse de entornos que desinspiran. En cualquier caso, soltar lo que nos retiene es siempre un acto de sabia rebeldía, madurez y amor propio.


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