Sé muy poco sobre la vida y obra de Pablo Picasso, pero esta frase popular que se le atribuye —también conocida en su variación «La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando»— es la segunda del artista español que resuena conmigo. La primera, más que una frase, es una pequeña anécdota que cuentan sobre el sentido de valor que él tenía por su talento y experiencia. La leyenda dice que Picasso estaba en un café cuando alguien lo reconoció, se acercó y le pidió el favor de dibujar algo en una servilleta. El pintor accedió y, naturalmente, tras unos minutos, le entregó la servilleta con el dibujo. Cuando el admirador intentó llevársela, Picasso le pidió, protocolario, una cantidad ‘absurda’ de dinero a cambio de su nueva obra. La persona, sorprendida, exclamó algo así como: «¡Pero solo le tomó unos minutos hacer este dibujo, y en una servilleta!». A lo que Picasso respondería: «No, me tomó toda una vida poder hacer este dibujo en tan solo unos minutos».

Muchos no comprenden que el verdadero valor del talento para hacer algo de forma excepcional —no solo en el ámbito artístico— va más allá de cuánto tiempo o esfuerzo aparente requiere. Casi siempre, la capacidad de realizar un trabajo valioso y de alta calidad en el menor tiempo posible es directamente proporcional a las horas de aprendizaje, práctica y esfuerzo acumulados por su creador. Es así de sencillo, pero aún son pocos quienes lo respetan cuando se trata de trabajos creativos. Como artista y freelancer, resalto aquí dos puntos clave. Primero, solo el propio creador es plenamente consciente del valor de su trabajo y carrera, sea alto o bajo, tanto en lo monetario como en lo estético. Segundo, en el contexto actual del trabajador independiente, acostumbrarse a cobrar por hora suele ser una mala idea…

Pero volvamos a la frase que titula este post. Divagué hacia la leyenda de la servilleta, que me fascina porque es perfectamente congruente con cómo Picasso concebía la famosa ‘inspiración’. Me identifico plenamente con el «que cuando llegue, me encuentre trabajando», una reflexión sobre el oficio creativo que hoy también puede emplearse como crítica a la cultura de la inmediatez. Pero más allá de la obviedad de que, por muchas ideas que tengamos, no sirven de nada si no les damos vida, esta frase me remonta a algo que he pensado varias veces: ser una persona altamente creativa es un don y una maldición. Abundan los pensamientos intrusivos: una idea fantástica para un cuento (justo mientras conducimos por la autopista a 100 km/h), la rima exacta que le hacía falta a esa canción que ayer no terminamos (interrumpiendo una reunión con un cliente), la nueva forma de organizar el escritorio que ‘revolucionará nuestro flujo de trabajo para siempre’ (cuando acabamos de poner la cabeza sobre la almohada)…

La única forma de canalizar este impulso creativo sin perder la cabeza es tomar acción. Trabajar. A eso se refería Picasso. Y el trabajo productivo, particularmente para los artistas, debe consistir obligatoriamente en un balance perfecto entre inspiración y persistencia. Si se espera a que llegue, sin más, esta inspiración, flujo de ideas creativas, musas —o como se le quiera llamar a la simple combinación de motivación e ingenio— el papel, al igual que la carrera del artista, seguirá vacío. Por otro lado, si nos pasamos toda una vida fantaseando en la arrulladora y cálida corriente de ideas creativas y ‘ganas de hacer algo’ con ellas, conformándonos con su mera (in)existencia en nuestra mente o anotándolas en esa libreta que nunca más abriremos, nuestro epitafio dirá: «Fue experto en tener ideas (o al menos eso se pasaba diciendo)».


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