Este artículo fue publicado originalmente en 2020. Última reedición: 2023.

Hoy me pregunto, de repente, por qué escribo. Creo que tenía unos doce años cuando empecé a escribir relatos cortos. Con la caligrafía heterogénea que poco ha cambiado con el paso de los años, escribía cuentos de una o dos carillas, historias disparatadas. Nacieron aquellas ficciones como parte de una tarea del colegio y me descubrí, quizás por primera vez, disfrutando de cumplir con una obligación académica. Pronto comprendí que nunca dejaría de escribir. Aquel acto creativo se convirtió gradualmente en una forma de diversión que quizás disfrazaba a una vía de escape. Yo, sintiendo algo de recelo, como es inevitable al adentrarse en una nueva aventura, me negué por muchos años a compartir lo que escribía. Durante mi adolescencia los cuentos se transformaron en versos, que luego transmutaron en canciones. Y más cuentos.

Luego descubrí que escribir no es siempre divertido, que no se trata de un juego ni tampoco de un simple pasatiempo. Aunque a veces escribir cuentos, por ejemplo, me disipa y me divierte, el acto de sentarse a escribir es casi siempre como verse al espejo, como tomarse un café, vis a vis, con diversas facetas fragmentadas de nuestro complejísimo yo. Escribir es, desde mi perspectiva, mucho más que una vía de escape y una forma de comunicación. Se dice con frecuencia que escribir es terapéutico; yo creo que se trata del acto de desvestir el alma humana, de exponer nuestras flaquezas, de alardear sobre lo poco que sabemos, de habitar infinitos universos, de saltar al vacío sin paracaídas.

Aun así, no sé exactamente por qué escribo. ¿Por qué invierto tanto tiempo cada semana en escribir este tipo de artículos o reflexiones, y en adentrarme en vidas ajenas a través de mis cuentos y versos como una pseudo-deidad? Solo sé que cuando escribo, sean artículos, cuentos, versos o canciones, siento que doy palos de ciego al aire en busca de algo que no siempre encuentro. A veces lo que escribo es predecible y uniforme con quien creo ser en la vida real, pero otras tantas mis palabras me aterran o incluso me avergüenzan. Pero escribir es, para mí, además de un acto purgante o catártico, una de las pocas certezas en la vida.

Entonces, en lugar de preguntarse por qué uno escribe, quizás es mejor reconocer que escribir es, más que un fin, un génesis. Es decir, en principio se escribe para, en lugar de porque. Creo que esto es particularmente acertado cuando hablamos de escribir ficciones, pero quizás aplica a toda forma de expresión escrita. Se escribe para emprender un camino hacia las profundidades de nuestra humanidad, para ser escuchados de alguna forma, para desempolvar cierta clase de alegrías, temores, tristezas e impulsos salvajes que nuestros labios jamás se atreverán a pronunciar en voz alta.

Como mencionó el famoso escritor británico George Orwell en un breve ensayo titulado Por qué escribo, aunque cada persona tiene sus motivaciones propias (en su caso un impulso político predominante), quienes escriben, además de ser algo vanidosos, egoístas y perezosos, guardan en lo más profundo de sus motivos un misterio. Entonces, más allá de ser un simple medio de comunicación y una forma de expresión artística, quizás la escritura está arraigada, y se expresa de una u otra manera, en la personalidad de todos nosotros. Pero al mismo tiempo, como menciona Orwell, no se puede escribir nada legible sin luchar constantemente por borrar nuestra propia personalidad.


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4 comentarios

Paola Aldeán · 2020 a las 20:49

Me encantó, has hecho que me sienta muy identificada, con la gran diferencia que aún me cuesta publicar mis catarsis. Felicidades aquí estoy, con la rutina ya de leerte cada lunes. Abrazos

Manuel Castellanos Plaza · 2020 a las 12:27

Disiento de George Orwell en el último punto: se puede y se debe, a mi juicio, escribir para desvelar, sumiendo antes al lector en el enigma(palabra griega que significa «adivinanza»), nuestra personalidad. No soy de los que escriben para «borrarla».

    JM Naranjo · 2020 a las 07:07

    Gracias por compartir tu perspectiva, Manuel. Yo considero que, aunque no se escriba con el propósito de borrarla, se pierde o se altera inevitablemente en el proceso, dando paso a facetas desconocidas y ajenas del escritor.

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