Siempre me ha intrigado comprender por qué buscamos la perfección. He leído un poco sobre las teorías psicodinámicas de la psicología, particularmente la del médico y psicólogo austriaco Alfred Adler, fundador de la psicología individual en el siglo XX. En términos generales, Adler trabajó junto a Sigmund Freud durante varios años, pero luego tuvo discrepancias con Freud y con su famosa teoría del psicoanálisis. Sabemos que Freud siempre hizo hincapié en la importancia de las experiencias de nuestra infancia y en el rol del inconsciente como el principal motor del comportamiento y de la motivación humana. Aquella compleja idea del inconsciente, por supuesto, va más allá de nuestro entendimiento y sugiere cierto determinismo. Lo que me llamó la atención de la teoría de Adler y sus seguidores es que, sin subestimar la importancia de nuestras experiencias pasadas, se enfocan primordialmente en el futuro y en el potencial humano para hacer cambios significativos (y conscientes) en nuestra vida.
Adler usaba el término ‘finalismo ficticio’ para referirse a diversas metas de vida que las personas imaginamos, las cuales guían y dirigen nuestro comportamiento hacia el futuro que queremos construir. Años después, Adler dejó de utilizar este término y empezó a hablar de ‘la meta de la perfección’, el anhelo inherente en todos los seres humanos de ser perfectos y superiores (no necesariamente con relación a los demás, sino con relación a quien fuimos ayer). Aquel deseo, además, debería estar direccionado no solo hacia nuestro bienestar, sino también velando por el bien común, la cooperación con nuestro entorno. Entonces, desde edades tempranas, perseguimos a nuestro ‘yo’ ideal, nuestra realidad quimérica, nuestro futuro soñado… la perfección.
Pero ¿por qué buscamos la perfección? Adler argumentaba que aquella búsqueda natural de lo perfecto suele provenir de cierto sentimiento de inferioridad, también inherente en todos los seres humanos, que nos impulsa a destacar, ser más competentes y creativos. Por otro lado, muchas veces la ansiedad y el estrés son una forma de escapar, inconscientemente, de las tareas complejas que exige aquella travesía hacia lo perfecto, hacia lo que queremos obtener. Adler preguntaba a algunos pacientes lo siguiente: «¿Qué harías si ahorita te sintieras bien, si no tuvieses tanta ansiedad?». Si la persona respondía, por ejemplo, que empezaría su propia empresa (su mayor anhelo), Adler comprendía que quizás la ansiedad cotidiana que presentaba aquel paciente era necesaria para evitar la posibilidad de fracaso que acompaña a aquella meta compleja (y a todas las metas complejas). Es una idea muy simplista, por supuesto, pero sugiere que la incertidumbre que implica imaginar un futuro idealizado puede ser paralizante y abrumadora, interferir con el disfrute del presente.
Entonces, quizás lo importante no es descubrir por qué buscamos la perfección, sino aprender cómo buscar lo perfecto sin morir en el intento. Hay una fina línea entre tener metas ambiciosas y que el anhelo de lo perfecto nos domine, interfiriendo con nuestro bienestar y con la capacidad de disfrutar del camino, del presente. Se trata de encontrar el punto medio, como todo en la vida, y canalizar aquella ambición por ‘lo perfecto’ hacia el pleno reconocimiento de nuestro potencial y la identificación de metas valiosas. Metas que probablemente no alcancemos, lugares que quizás nunca visitemos, personas en las que, probablemente, jamás llegaremos a convertirnos. Pero, después de todo, apuntar a las estrellas nos llevará, por lo menos, a tocar las nubes.
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