“Detestas tu vida normal. Problemas de verdad no tienes”, dice una canción que siempre me deja pensando. También dice otras cosas interesantes, como: “nunca entendí tanto lío para luego convertirte en calabaza” y “cabalgando en tu egotrip ni te has girado a ver los grifos que dejaste abiertos.”

No me hace pensar en menospreciar ninguna guerra, externa o interna. Son incontables, por supuesto, los “problemas de verdad”, tanto colectivos como individuales. Pero hay tanto que resolver en este mundo —y a veces aún más en nuestros minimundos, o universos, personales— que vivir se vuelve cada vez más abrumador si nos pasamos pensando y pensando en lo “de verdad”, y más aún, sufriendo por cosas insignificantes que se disfrazan de problemas de verdad.

El antídoto no es negar los problemas que todos tenemos —expuestos o silenciosos, más o menos “de verdad”— con frases bonitas, sino intentar convertirse en equilibristas, al menos de vez en cuando, en esa cuerda floja imaginaria que separa el sufrimiento existencial constante del despojo absoluto que caracteriza a la paz interior.

Es útil y necesario reflexionar de forma consciente y consistente sobre uno mismo y sobre el mundo, pero también hay que obligarse a frenar, a sobrepensar dosificadamente, y, sobre todo, a evaluar lo que realmente importa y lo que no, poniendo en perspectiva lo que catalogamos como problemas. ¿No serán, más bien, en gran parte, tan solo eventualidades?

Cambiar de perspectiva, por sí solo, no le resuelve la vida a nadie, pero a veces es como tomarse un café cuando no hemos dormido bien: no quita el sueño realmente, y mucho menos repone el sueño perdido, pero sí te despierta y te revitaliza de alguna manera —aunque solo sea química.

Hace poco escuché a algún comediante hablar de esto, entre chiste y reflexión. Cuando se nos retrasa un vuelo y perdemos la cabeza, nadie se pone a pensar, ni por un segundo, en la inconcebible magia que supone tener el poder de cruzarse a otra ciudad, país o continente en pocas horas. Nuestra reacción natural, como humanos ultramodernos con la mayoría de su pirámide de Maslow satisfecha y dada por sentada, es la de la “queja incongruente”, de disfrazar inconvenientes de problemas reales. Y sufrimos de verdad. Perdemos tiempo, perdemos vida.

Quizás con todo esto hablo “desde el privilegio”, como le encanta decir a la gente de mi generación, pero creo que pararse a poner en perspectiva lo que constituye o no un verdadero problema —uno que amerite el desgaste inevitable de tiempo, energía y vida— aplica, en mayor o menor grado, a todos aquellos que puedan estar leyendo esto desde su celular, laptop o tablet, conectados a internet y con algo de espacio, tiempo y energía, mental y vital, para leer un texto cualquiera que se encontraron por ahí, sea por placer o curiosidad.

Cuando el mundo aprieta —que es casi siempre, y cada vez más, conforme avanzan los tiempos personales y sociales— hace falta detenerse en silencio. La quietud y el silencio están en peligro de extinción. Es un acto de humildad y autocuidado tomarse un momento para bajar la cabeza y agradecerle a quien sea, desde donde sea, por estar y ser lo que sea que seamos y tengamos en ese preciso momento. Por el simple hecho de no tener (más) problemas de verdad.

Suscríbete a mi boletín semanal:
Explorando al ser humano desde la psicología, el arte y la cultura.


0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *