La palabra nostalgia siempre me remonta a un libro de Milan Kundera: La ignorancia. La nostalgia es un concepto matizado que abarca desde la dulce añoranza que muchos sentimos al estar lejos de casa o al recordar nuestra infancia, hasta el sufrimiento causado por sueños incumplidos, tiempo perdido o desaprovechado, el peso existencial del potencial no realizado… los días no vividos.
En griego, ‘regreso’ se dice ‘nostos’. ‘Algos’ significa ‘sufrimiento’. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. (…) A la luz de esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia. Estás lejos, y no sé qué es de ti. Mi país queda lejos, y no sé qué ocurre en él.
Milan Kundera, La ignorancia
Se trata de una emoción compleja, profundamente humana y, reitero, con muchos matices. Es imposible e inhumano aprovechar el tiempo ‘al máximo’ y estar completamente satisfechos con nuestra propia historia, con todo aquello que hicimos o dejamos de hacer, con lo que fuimos o dejamos de ser, y con los sueños que tuvimos mientras tropezábamos ante las adversidades inexorables (y muchas veces necesarias) de la vida. La nostalgia es un arma de doble filo. Por un lado, podemos sucumbir ante la fuerza oscura y paralizante del arrepentimiento, con los «¿y si hubiese (…), qué sería diferente?». Lamentos, negación y resistencia. En contraste, es posible canalizarla hacia la reescritura o reinterpretación de nuestra historia, de todo lo que nos trajo a este preciso instante.
Con esta dualidad, pienso en unos versos tristes y catárticos:
Viaje imposible hacia un no-lugar
Materia oscura hecha de vacíos
Butacas que ahí quedarán
O aquel billete siempre en los bolsillosPor lo que quizá seré
Love of Lesbian, Los días no vividos
Niego al mundo como es
Sin brindar, celebraré
Los días no vividos
Para mí, es fundamental sentir y procesar mi historia a través del arte y la ficción; ganar perspectiva desde la cuarta pared. Además, para aplacar esa parte oscura e improductiva de la nostalgia que puede ocasionar ciertas ‘crisis nostálgicas autoinfligidas’, hay dos conceptos clave que identificar, explorar o cuestionar: la aceptación y la culpa. Aceptar, por ejemplo, que todos pudimos haber vivido otras vidas, mejores o peores (si es que caben adjetivos tan reduccionistas)… ¿y por qué no soñar, curiosos y creativos, con esos multiversos? Cegados por la culpa y paralizados por el tiempo perdido, los errores cometidos y los días no vividos, es evidente que perdemos aún más tiempo y caemos en un bucle. La realidad es que, en la mayoría de los casos, hicimos lo que pudimos con las herramientas que tuvimos. Todos tenemos la oportunidad de reconocer y aprender de la imperfección que caracteriza a todas las historias, tanto individuales como colectivas.
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