Leiva, el gran artista español, dice en una de sus canciones que amamos lo que perdimos y queremos lo que envenena. «Y así nunca nos salen las cuentas». Algo similar escuché alguna vez en una entrevista a Rubio, una artista chilena que invade una de mis playlists en Spotify que titulé hace años ‘Referencias J.M.’.


De todos los seres vivos del planeta Tierra somos los únicos que repetimos el sufrimiento. Si un animal pasa por un fuego y se quema, no vuelve a pasar. Nosotros volvemos a sufrir, repetimos los patrones… Me cuestiono esas cosas.

Francisca Straube (Rubio)


La tendencia humana a repetir el sufrimiento no necesariamente denota ignorancia. Somos los seres más sabios, complejos y racionales del planeta. A diferencia de otros animales, nuestro comportamiento no está dictado de forma única por el condicionamiento («el fuego es peligroso, no vuelvo a acercarme al fuego»). Somos mucho más complejos, necesitamos saber más para estar satisfechos y tendemos a buscar profundos estados de equilibrio. Necesitamos aprender a estar cómodos con transitar la cuerda floja entre el placer y el dolor, pues estamos plenamente conscientes de que ambos forman parte ineludible de nuestra vida.

Vivir perpetuamente en cualquiera de los extremos sería, además de abrumador, carente de sentido. Si no conociéramos el dolor, ¿cómo habríamos de identificar y apreciar lo que nos hace verdaderamente felices? Sabemos, por ende, que la solución no es tan solo dejar de acercarnos al fuego, sino aprender a domarlo y usarlo a nuestro favor.

No nos gusta sufrir, pero conocemos, aunque sea de forma inconsciente, que puede existir algo valioso detrás del dolor, o quizás que la vida tiene algo más de sentido cuando comprendemos (aunque a veces demasiado tarde) dónde están trazados ciertos límites. Para determinar, sin embargo, cuáles son aquellos límites, a veces es necesario haberlos sobrepasado, haber tocado fondo. Aunque tal vez se salga un poco del tema, pensar en la idea de acercarnos al sufrimiento por una causa que nos sobrepasa me recuerda a lo que Freud llamaba pulsión de muerte:

Según Freud, la pulsión de muerte se manifiesta psicológicamente como una tendencia humana a la autodestrucción, o más exactamente a la eliminación de la tensión (…) La idea de la pulsión de muerte tiene su origen, en cierta medida, en el concepto de la compulsión de repetición, que se refiere a un comportamiento que no puede explicarse mediante el concepto del principio del placer. Por ejemplo, no nos produce ningún placer recordar un incidente humillante y, sin embargo, muy a menudo parece que no podemos quitárnoslo de la cabeza, y le damos vueltas una y otra vez. La pulsión de muerte también se utiliza para explicar la satisfacción vacía del consumismo, el hecho de que por mucho que compremos nunca se extingue el impulso de comprar más.

Extraído de la enciclopedia Oxford Reference


Como seres humanos, no buscamos únicamente el placer. Estamos familiarizados con la idea del dolor autoinducido, desde lo simple y trivial (como al mordernos la lengua cuando estamos nerviosos o rascarnos una herida) hasta situaciones mucho más complejas y riesgosas. El concepto de aprender de nuestros errores y sacar conclusiones racionales de experiencias desagradables es fácil de comprender y predicar, pero nos cuesta aplicarlo debido a la responsabilidad y profunda humanidad que conlleva. Lo mismo ocurre con otros tantos principios básicos del desarrollo personal…

Es evidente que no nos gusta sufrir, pero debemos aprender de forma gradual de lo que nos hiere para empezar a comprender la complejidad del mundo y de nuestra humanidad. Es decir, ser conscientes de que estamos sufriendo física o psicológicamente, por heridas pasadas o incertidumbres del futuro (en lugar de tan solo alejarnos por instinto de cualquier peligro inminente, de ese fuego que, aunque quema, alimenta y da calor) nos hace humanos y nos permite crecer. Sea por situaciones externas e ineludibles o por tortuosas cárceles autoimpuestas de las que a veces preferimos no escapar porque, aunque sufrimos, es lo más fácil y cómodo… una verdad afilada.

Entonces, ¿por qué podemos encontrar algo de placer en cosas que evidentemente nos hacen daño como, por ejemplo, el uso de ciertas drogas? ¿Por qué llegamos a ser capaces de aferrarnos a lo que sabemos que nos hiere o, peor aún, que nos ha de matar mucho más temprano que tarde? Depende. De nuevo, somos seres complejísimos. Tal vez en ocasiones el dolor nos puede producir placer porque nos recuerda que estamos vivos. Quizás, por naturaleza, queremos lo que no tenemos y siempre estamos buscando ser y estar de otra manera, cambiar de bandos, acariciar límites… O somos eternos inconformes con la vida y con sentir placer y estabilidad, por lo que acechamos a sus contrapartes de vez en cuando. De cualquier forma, reitero que todo esto es parte de lo que nos hace humanos y nos permite, desde mi perspectiva, aprender de verdad y dirigir nuestro comportamiento y decisiones futuras hacia la autorrealización y el bienestar.




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