Pongo play a una de mis listas de reproducción en Spotify. Activo el modo aleatorio, expectante, y sale una canción de The Doors. Luego escucho un tema moderno y electrónico que me encanta del grupo colombiano Bomba Estéreo. Percibo dos mundos, dos universos infinitos. Me pregunto si algún día se habrán escrito todas las canciones, si todavía se puede crear algo nuevo, algo que no haya sido pensado ni soñado nunca antes. Y no solo pienso en canciones; pienso también en otras formas de arte, en todas las palabras pronunciadas y por pronunciar, en todas las personas y personalidades, en todos los árboles y las flores, en los colores y sus tonalidades. No existen dos personas ni dos árboles exactamente iguales, pero ¿podría esta regla caducar algún día?
Somos, como las canciones, tantos y tan poco en este mundo, en el universo. Somos tan impredecibles y tan distintos; únicos e irrepetibles. Nuestra humanidad es la esencia que homogeniza a millones de seres radicalmente distintos que habitan un mismo planeta pluricultural, tan natural y tan urbanizado, tan abismal e imponente, tan húmedo e incendiario. Me pregunto si la belleza tiene un límite, si ha de caducar algún día. Como podría ocurrir con las canciones, quizás algún día nuestra existencia se convierta en la distopía de un mundo en el que ya se ha visto todo, toda idea y toda forma de arte ha sido imaginada, todo problema resuelto, todo tipo de hambre saciada y toda forma de belleza contemplada hasta la saciedad absoluta. Quizás sea certero el aforismo de «todo es posible en esta vida». Solo por si acaso, entonces, por si la belleza sea finita, por si algún día se habrán escrito todas las canciones, sepamos apreciar todo aquello que es único.
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