La anterior semana vi un video de una youtuber española titulado «Soy la arquitecta de mi propia desdicha». Me quedé pensando en la idea central del video: a veces al tratar de evitar lo que más tememos acabamos provocándolo.

En psicología y sociología existe el concepto de la profecía autocumplida. Las personas tendemos a generar expectativas sobre el futuro, lo que nos predispone a determinados resultados y nos hace dirigir, de forma relativamente inconsciente, nuestro comportamiento, cogniciones y emociones hacia estados de coherencia con dichas expectativas autogeneradas. Como consecuencia, somos capaces de ocasionar que se cumpla nuestra propia profecía y es frecuente que no nos demos cuenta de que a veces no ha sido culpa ‘del mundo’, de ‘la gente’, de Dios, del destino… Esto puede ocurrir, evidentemente, con profecías buenas o malas.

Hablar sobre este tema, además de hacerme pensar que a veces es mejor quedarse quieto en lugar de actuar arbitrariamente, me remite a la famosa historia de la muerte en Samarra. Cada vez que me acuerdo de este relato cuestiono un poco más las palabras destino, voluntad, miedo, incertidumbre… Hace varios meses mencioné este antiguo relato mesopotámico en mi artículo La muerte como un destino inevitable y necesario y acabo de descubrir que García Márquez lo incluyó en su libro Cómo se cuenta un cuento (1995):


La muerte en Samarra

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.
– Señor -dice- he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.
El amo le da un caballo y dinero, y le dice:
– Huye a Samarra.
El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado.
– Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza -dice.
– No era de amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.



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