Mi mente funciona de forma esquemática, guiada por un perfeccionismo ansioso y una necesidad obsesiva de tener todo bajo control (lo de adentro y lo de afuera). Creo que siempre he sido así. Vivir con TOC, sin duda, puede ser agotador, pero debo confesar que también valoro algunos de los rasgos meticulosos, autoexigentes y de atención a los detalles que, a veces, tienen sus ventajas. Sin embargo, hay una línea difusa entre ‘hacer las cosas bien’ y sobrepensarlo absolutamente todo. En mi caso, dado que mi vida personal y laboral gira en torno a lo creativo, pensar demasiado me resulta casi siempre contraproducente.
La idea de escribir esta colección desordenada de pensamientos autorreflexivos (después de varios meses de silencio, ocupaciones, descanso e indecisión) nació de dos anotaciones heterogéneas. La primera, más poética que práctica, es un verso de una canción de rap que a veces me abraza con sus ecos. Me inspira, pero lo escucho con escepticismo:
Mis planes me valen para tirar pa’lante y que se cumplan o fallen al final ni es relevante.
El Chojin
La segunda, quizás algo más pragmática, es el consejo de una famosa escritora e influencer neoyorquina de 70 años. La descubrí en un podcast que tuve el privilegio de producir para un cliente hace unos días. En una pequeña libreta que llevo a todas partes, parafraseé:
La mayoría de mis grandes éxitos en la vida han ocurrido cuando no estaba pensando en ellos, sin tener un objetivo o un resultado específico en mente. Me concentré en lo que me daba placer y en lo que me despertaba curiosidad. Me acerqué a entornos y personas que me ayudaran a explorar esos intereses, sin preocuparme por el resultado final.
Lyn Slater
Por coincidencia o ‘intervención divina’, mientras escribía el borrador de este texto, también se cruzó por mi camino una idea del famoso Rick Rubin, también relacionada con el perfeccionismo en el entorno creativo. Acabo de empezar a leer su libro The Creative Act: A Way of Being, un bestseller bien merecido, aunque algo volátil. Rubin argumenta que todos somos artistas, o al menos jugamos a serlo, y que la creatividad nos mueve en alguna de sus variantes e intensidades.
El arte es un proceso en curso. Ayuda contemplar la pieza en la que estamos trabajando como un experimento. No podemos predecir el resultado. Sea cual sea, obtendremos información útil que beneficiará al siguiente experimento. Si empiezas desde una posición en la que no hay nada correcto ni incorrecto, bueno ni malo, y en la que la creatividad es un juego libre, sin reglas, te resultará más fácil sumergirte con alegría en el proceso de crear. No jugamos para ganar, jugamos por jugar. Y, al fin y al cabo, jugar es divertido. El perfeccionismo es enemigo de la diversión. Un objetivo más astuto sería intentar sentirse cómodo con el proceso. Para crear y publicar obras sucesivas con facilidad. Oscar Wilde dijo que algunas cosas son demasiado importantes para tomárselas en serio. El arte es una de esas cosas.
Rick Rubin
Con estas ‘señales’ recientes, estoy tratando de tomarme más en serio cierto proceso de desintoxicación de estructura y control excesivo (¿es mi mente adicta a ello?). Quiero pensar menos y crear más. Juzgar menos. Sentir más. Pero a veces la espontaneidad puede disfrazarse de mediocridad o insuficiencia. Dejar que las cosas fluyan puede sentirse como revolcarse en el lodo con un vestido de gala: un acto irresponsable, sucio y desordenado. Para mí, sigue siendo un reto constante liberar mi creatividad y dejar que fluya, abandonar el perfeccionismo y aceptar que no puedo controlar todo. Divertirme, haga lo que haga.
Entonces, ¿qué hacer para dejar de sobrepensarlo todo, particularmente cuando la creatividad y el disfrute de la vida misma están en juego? El punto de partida para todo cambio es la aceptación, ¿no? Luego, se trata de exponerse a lo que nos da miedo y hacer lo que queremos hacer, aunque no sea perfecto. Por ejemplo, publicar un texto desordenado y dejarlo incomple—
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