Vivimos en un tiempo privilegiado con relación al acceso instantáneo a todo tipo de información y todas las facilidades que nos brinda el internet. La cantidad de datos y herramientas que hoy llevamos en nuestro bolsillo es milagrosa, pero es tan abundante que, de no ser lo suficientemente responsables con el uso que hacemos de estos (y tantos otros) avances tecnológicos, nuestros smartphones y computadoras se pueden volver abrumadores y contraproducentes. La clave es encontrar puntos medios, como casi siempre.
Al comprar un smartphone nos convertimos al instante en los seres más sabios del planeta. Pero me pregunto qué sabemos realmente y, sobre todo, qué somos hoy en día sin depender de nuestras armas de conocimiento extendido, de aquellas funciones tecnológico-corporales adicionales a nuestras capacidades humanas (que cada vez se vuelven más limitadas e insuficientes). Hoy llamamos ‘celular’ o ‘teléfono móvil’ a un apéndice de nuestro cuerpo, una extremidad más, una parte de nosotros (literalmente, pues nos acompaña todo el día y en su ausencia nos sentimos incompletos, incomunicados, incapaces e ignorantes). Ya somos, entonces, sin notarlo, un poco robots y algo menos humanos.
Es un hecho que ya no somos funcionales si no llevamos con nosotros, por lo menos, un smartphone. ¿Es esto un peligro inminente para la humanidad o, simplemente, parte de nuestra evolución como una especie que, así como alguna vez descubrió el fuego, se dispone a conquistar la tecnología para su beneficio? Hoy el celular es nuestra cámara, diccionario, biblioteca, ludoteca, sala de reuniones, linterna, brújula, tocadiscos, procesador de datos, cine, traductor, asistente personal… Y aunque lo seguimos llamando ‘teléfono móvil’, cada vez es más obsoleto hablar por teléfono. Cada vez es más obsoleto hablar (por lo menos de forma presencial).
Surgen más preguntas… ¿Hasta qué punto estamos habitando vidas digitales para escapar de nuestra realidad física? ¿Cómo podemos identificar amenazas a nuestra privacidad, noticias falsas y usuarios peligrosos entre quienes seguimos y nos siguen en redes? ¿A dónde nos dirigimos como especie y cuáles son los límites (si es que existen) de convertirnos en una especie semi-robótica, de habitar tanto el mundo físico como el digital?
Como casi siempre, hay más preguntas que respuestas. Sin embargo, creo que, mientras tengamos acceso a internet y nuestro celular bien cargado, poco nos suelen importar este tipo de interrogantes. Lo que importa es que ‘las redes sociales son divertidas’, Google lo sabe todo, llevamos una minicomputadora multipropósito en nuestro bolsillo, y siempre se puede aceptar los términos y condiciones sin haberlos leído. Disfrutemos del camino, supongo.
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