Trato de meditar todas las mañanas con la app Waking Up, desarrollada por el filósofo y neurocientífico Sam Harris. Su voz me guía y dice cosas como: «el dolor es una cosa, sufrir es otra: depende de cómo decidamos contemplar lo que nos pasa». Aunque cuesta mantener el hábito, el mindfulness me brinda cierta calma y aceptación sui géneris. Algunos de sus beneficios son más confiables y duraderos, a mi parecer, que aquellos inducidos por ciertos fármacos. En fin, las mañanas medito con Sam Harris.
La anterior semana abrí los ojos en media sesión de mindfulness para tomar notas sobre algo que dijo Harris. Fue algo así como:
¿Cuántas generaciones, cuánto tiempo, cuántas personas y cuántas ideas tuvieron que transcurrir hasta que el ser humano inventó una ‘simple’ aguja? ¿Cuánto tardaría yo en inventar o recrear aquella aguja por mi cuenta, con mis propios conocimientos y habilidades? Quizás toda mi vida. ¿Y un smartphone?
Vi mi escritorio y me sentí como un niño pequeño que, por vez primera, entra a un parque de atracciones. En concordancia con los principios del mindfulness, permanecí sentado por unos minutos, contemplando y agradeciendo (¿a quién?) por todo lo que tenía al frente: audífonos, monitores, una taza de café, el café, la cuchara que lo revuelve con ese chorrito de leche pasteurizada y refrigerada que antes vertí…
Cientos de miles, millones de años de historia, ideas, invenciones y, por supuesto, personas, que causaron o hicieron posible nuestra mera existencia. Hay magia, y una belleza profunda, en lo cotidiano.
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