La vida es caótica, impredecible y siempre cambiante. Esto no significa que debamos volvernos nihilistas, amargos y resentidos. Todo lo contrario. A veces no queda otra opción que tomar cada vez más responsabilidades y hacer lo que está en nuestras manos por mantener el control, un sano orden en medio del caos (porque buscar demasiado orden y control sobre nosotros mismos o sobre el mundo no hace más que intensificar el caos).

Somos transeúntes de la cuerda floja que separa al orden del caos. A veces parece que estamos a punto de caer a uno de los lados, sea el del caos absoluto o el del orden impecable. Nos sentimos, de saborear el caos, como un insecto insignificante, sin voz ni voto en esta realidad despiadada. En cambio, cada vez que percibimos que tenemos algo de control, nos creemos los reyes del mundo por haber descifrado la supuesta clave del orden y la estabilidad. Pero todo lo que tenemos, lo que somos y lo que vivimos es momentáneo, inestable… siempre se está transformando.

En lo cotidiano, tarde o temprano todo lo que es orden (como tener salud, buenos amigos y estabilidad laboral, por ejemplo) se vuelve caos en cierto nivel, y el caos se ordena, formando tejidos complejísimos y únicos que conforman cada vida humana. ¿De qué nos sirve, entonces, tomar por sentado o resignarnos a todo lo bueno o lo malo que nos pasa? El presente es, sin duda, lo único que tenemos.


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