Todo se nos desordena en algún momento, se nos sale de control, a mayor o menor escala. Nuestro mundo no deja de girar y las cosas pasan, de una u otra forma. Todo pasa. Todo cambia y sigue cambiando. El tiempo transcurre y nosotros seguimos aquí, expectantes, haciendo planes. ¿Qué podemos controlar realmente? ¿Qué podemos predecir con certeza y con qué propósito? Planeamos para organizarnos, para que las cosas ‘salgan bien’, para evitar sorpresas, para sentir que somos los dueños de nuestro destino, que tenemos el control. Planeamos nuestra rutina diaria y planeamos a dónde hemos de viajar de aquí a un año. A veces, aunque los planes son siempre imperfectos, las cosas salen bastante bien. En otras ocasiones, quizás despertamos un día queriendo hacer algo radicalmente distinto y desechamos nuestros planes. O, simplemente, ‘nos cae’ una pandemia.

¿Qué podemos sujetar con firmeza? ¿Nuestros sueños? ¿Nuestros anhelos? Todo lo que no tenemos frente a nosotros es impalpable. Y hasta el presente se nos va al instante. A veces es casi imposible estar presentes y se nublan los colores del ahora, por más bellos que sean, porque queremos estar en otros lugares, en otras circunstancias, en el pasado, en el futuro, en lo que debimos haber hecho, en lo que quizás nunca hagamos, lo que pudo ser y no fue… pensamientos circulares. Es entonces cuando me pregunto, entre otras cosas, ¿para qué hacemos tantos planes? Son necesarios, los planes, hasta cierto punto. Pero con frecuencia hacemos poco más que vivir en los futuros idealizados que imaginamos cuando planeamos. Esto, al igual que pasarse la vida tratando de racionalizar todos nuestros actos del pasado, es mucho más fácil, pero menos sano y productivo, que disfrutar del presente.

Quizás todo se reduce a cierta necesidad inherente de control excesivo sobre nuestro destino, sobre la impredecibilidad de la vida, con la cual debemos hacer las paces tarde o temprano. Porque en un chasquido algo pasa y los planes no se cumplen. O se cumplen y queremos algo más. O nos damos cuenta de que nos pasamos toda una vida haciendo planes imperfectos y no nos quedó tiempo para tratar de cumplirlos. Para vivir.


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