Hay una canción del cantautor español El Niño de la Hipoteca que empieza así: «Hágase la luz y deja de comprar a tientas«. Aquel verso inicial es su sinopsis perfecta. «Dime quién te viste, quién te ve» – dice el estribillo – «si me ves no te reconoceré. Porque ya ni tú te acuerdas de ti, eres tu metamorfosis». «Traigo una vida virtual, traigo gafas sin cristal», relata la canción más adelante. «Traigo teléfonos móviles, televisores, un poquitito mejores que los anteriores, con nuevos errores y piezas por cambiar». Y, por último, la frase estelar: «Traigo un tabaco que ayuda a dejar de fumar».

Con un toque de humor, esta canción me remite (además de, como es evidente, al consumismo) a lo que realmente puede llegar a representar el acto de adquirir o acumular objetos excesivamente costosos para cada persona con aquella tendencia. Ropa, carros, joyas, el último iPhone… Como humanos del siglo XXI, mucho de lo que compramos se suele tornar, curiosa e inevitablemente, parte de nuestra imagen ante la sociedad, de nuestra ‘marca personal’. Por un lado, comprendo que, si podemos pagarlo y realmente lo ‘necesitamos’, ¿por qué no tenerlo? Pero me pregunto qué tan común es comprar objetos lujosos por verdadera pasión o necesidad (aquí me refiero a las necesidades de alto nivel que, como explica la clásica pirámide de Maslow, surgen únicamente tras haberse satisfecho aquellas necesidades más básicas). ¿No será más frecuente una tendencia a distraerse o disfrazarse con cosas de valor (o ‘de estatus’) para esconder ciertos fantasmas que habitan detrás de la piel?

Me asusta la cantidad de gente que, además de odiar su trabajo, se dedica a comprar cosas que no les importan realmente para impresionar a personas que tampoco les importan.

Gary Vaynerchuk


A veces cuesta identificar nuestras verdaderas motivaciones. Nos cuesta ser diáfanos. La publicidad puede llegar a ser enfermizamente atractiva y la línea entre lo que necesitamos y lo que queremos adquirir ‘porque sí’ o ‘para encajar’ es quizás cada vez más confusa. Aquí quiero aclarar que no pretendo tachar de indeseable al simple acto de comprar cosas caras, al adquirir objetos materiales en general o, como algunos podrán pensar, al ‘capitalismo’. No propongo tampoco ninguna solución al llamado consumismo que la canción de El Niño de la Hipoteca explícitamente critica. En esta ocasión, lo único que me concierne son los por qués y para qués detrás de todo aquello que adquirimos. Comprar para impresionar. Comprar para exhibir y demostrar. Para sentir – o ser – más. Para llenar vacíos inmateriales, existenciales… ¿emocionales?


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