Siguiente…
- Aló.
- ¿Señor Villa?
- Sí. Él mismo.
El señor Villa, un hombre de sueño pesado, duerme solo sobre su cama de dos plazas. Son las tres de la mañana y suena el teléfono del velador. El sonido retumba en el silencio de aquel departamento en el vigésimo piso del Edificio Royal State. Sobresaltado y confundido, levanta el auricular y escucha una voz familiar. ¿Quién es? Entre los rezagos oníricos y la imagen difusa de su habitación, le da la impresión de estar oyendo su propia voz, pero con un tenue matiz que no le pertenece. La voz de su interlocutor es como un eco. “No te levantes, usaré la llave de emergencia que guardas bajo la maceta. Llego en un minuto. Perdón por el retraso”.
Los ojos del señor Villa se abren y se cierran una y otra vez. Permanece sentado sobre la cama, abrumado por ideas inverosímiles. ¿Habrá sido una especie de sueño lúcido? He visto en la tele que es algo común hoy en día. Necesito un vaso de agua. Su garganta está más seca que nunca. El vaso que siempre tiene sobre el velador está vacío; camina hacia la cocina y lo rellena con agua helada del purificador. Ya casi en plena vigilia, se dirige hacia el dormitorio mientras sonríe de medio lado. Cierra los ojos y respira con calma. El trabajo me tiene estresado. Eso es todo.
Petrificado y sin aliento, el señor Villa ahora contempla un bulto antropomorfo envuelto entre las sábanas donde su propio cuerpo yacía hace menos de un minuto. El insidioso invitado se voltea lentamente, acechante, pero está profundamente dormido. Como una estatua de sal, el señor Villa no es capaz de mover un dedo; quizás ha dejado de respirar, y con cada suspiro pausado del hombre misterioso siente que se desvanece un fragmento de su propio cuerpo. El vaso. Antes de desplomarse sobre la alfombra, hace un esfuerzo sobrenatural para colocar sobre su velador el vaso de agua que apenas consigue sujetar entre las manos.
- Aló.
- ¿Señor Villa?
- Sí. Él mismo.
- Le estamos esperando para la reunión con el subgerente.
- Disculpa, no te reconocí. Voy para allá.
El señor Villa se levanta de la cama apresurado. Su oficina queda muy cerca, afortunadamente. En diez minutos estará listo y en quince abrirá la puerta de la sala de reuniones. No le ha dado tiempo de desayunar ni de beber del vaso, hoy repleto de agua helada, que tiene siempre sobre el velador.
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